lunes, 11 de agosto de 2014

Con las estrellas al alcance de la mano

En las calles frías de la ciudad, en donde las caripelas que uno va a conociendo van pasando como trenes, y solo quedan en la memoria esas caras que tienen algo fantástico para contar. Algo fantástico como esta historia de vida.
El flaco sombra de alambre era un tipo sencillo que supo estar un poco perdido en las sombras de esta ciudad. No era mal tipo, nada más que ponía sus problemas en papeles y hacia volar los bardos de rutina con alitas. Él sólo necesitaba una luz, esa luz necesaria para darse cuenta que no todo era tan oscuro y que el mundo no era tan perverso. Que había una parte iluminada en la humanidad.
Fue entonces cuando la conoció a ella. Ella era una chica un poco linda cuando estaba arreglada, pero increíblemente hermosa cuando lucía su desprolijidad. No recuerdo el nombre, pero se que era una demonia. En las calles del barrio se la conocía como simpática demonia. Ella era eso que sombra de alambre necesitaba, eso que Dios tiene para cada una de las personas que creó. Y él no iba a ser la excepción: pues lo esperaban sonrisas eternas a la vuelta de la esquina. Sonrisas que ella, y nadie más que ella le podía brindar. Su presencia transmitía tanta buenas vibras, que durante su ausencia, Sombra de Alambre, añoraba el silencio que hacia posible sobrevivir a esta jungla. Porque ella era su paz, era su pasaje de vuelta al mundo para canalizar esos dolores. Porque todo vagabundo tiene su dama y toda bella tiene su bestia.
Estos dos pibes tenían pensado firmemente en dejar de creer en el amor. El punto es que no se si fue Dios, si fue la suerte, o simplemente fue el destino, pero algo mágico pasó en el momento justo.
Era un fin de semana en la montaña, en el que cada uno estaba con sus amigos. Allí ocurrió ese atropello a la mala suerte en el amor, que vino con la suerte de cruzar los caminos de dos almas, hasta entonces, solitarias. Por unos amigos en común, terminaron en una cabaña haciendo una especie de improvisación de fiesta. Él estaba con un par de tragos demás y un poco paranoico. En el preciso momento en que se presentan, las miradas se cruzaron y ella lo invitó a escalar esos cerros en los que, justo esa noche, se podían agarrar las estrellas con las manos. La luna fue testigo de las secas que compartieron ellos dos. Fue cuando él se enamoró de su sonrisa, y ella se enamoró de su locura. Desde esa noche, estuvieron juntos todo lo que restó de esa semana en la montaña. Tanto tiempo juntos hizo que Sombra se olvidara de su abstinencia durante toda la semana. Soledad, ahora, era una palabra que ya no entraba en sus diccionarios.
Ahora los dos se quieren tanto, que se llevan en la piel. Comparten todo. Te juro, cuando se los ve juntos, se los ve desnudos. Desnudos de alma: un placer que sólo se dan los enamorados.
Lo curioso es que conozco tan bien la historia como si yo hubiese estado en esa cabaña, como si hubiese visto esa noche tan estrellada, o como si hubiese sentido el olor de esas flores que se quemaban. Tal vez estuve ahí, presente, pero pasé desapercibido y ninguno se dio cuenta, debido al brillo que desprendían cuando estaban juntos.



Lo más bonito de esta historia, es que no se sabe si tiene final feliz o final triste. Simplemente no tiene final...



Esta es la historia de un amor que, desde el momento en que los vi, me di cuenta de que iba a ser un amor eterno. Ya no se si es real o es un invento. Hacía tanto tiempo que no pensaba en esta historia, que ya no se si es un antiguo sueño o un lejano recuerdo. Es increíble, pero cada vez que veo una noche plagada de estrellas me recuerda a ellos. Y también me recuerda que es posible volver a creer en el amor a primera vista, en el amor a primera carcajada, en el amor a primera seca. Simplemente, volver a creer en el amor.
Lo cierto es que es una historia de un amor tan fuerte que no se me puede borrar de la cabeza.

Buen fly!
Rolando Garros.